Japón, del mexicano Carlos Reygadas, no es una película que pueda empezar a analizarse a partir de su título. ¿O sí? No muchos se atreven a buscar una relación entre el nombre y el contenido de la obra. Algunos críticos, simplemente hacen la conexión del intento de suicidio del protagonista con el suicidio de un ronin, un samurai sin dueño, errante y solitario en una tierra lejana. Pero sí, fuera de eso, es difícil encontrar más de este título que a medida se profundiza en él más se presenta como un mero distractor, un adefesio más a una película de por sí cargada con símbolos que van desde lo sutil hasta lo oneroso e incluso lo incómodo.
Puede ser que Reygadas, siguiendo el movimiento del crac de la literatura mexicana quiso transportar su relato a una tierra extranjera. La mera presencia del protagonista, artista citadino, no encaja en ese paraje remoto mexicano. Su comportamiento desentona con el del pueblo; la música que escucha contrasta con la tradicional. Finalmente, aunque de una manera quizá menos intencional, el arma suicida del protagonista, aparenta ser una Luger P08, pistola de reglamento del ejército alemán durante la segunda guerra mundial, nos recuerda someramente la temática de una de las primeras obras de este crack, En busca de Klingsor de Jorge Volpi. En cualquier caso, ya sea una referencia indirecta a los Potencias del Eje o no, el título se presenta críptico y anticipa la densidad de la película.
Fiel al manifiesto de este movimiento, Reygadas se aleja lo más posible de un cine de fácil asimilación. El ritmo de la película, lento en exceso, es una de las primeras advertencias de que se trata de una obra de autor, no de una película comercial. Sin embargo esto no es necesariamente negativo para la película, que posee una gran riqueza visual y artística. Muestra de ello es la mención especial de la Cámara de Oro que le fue otorgada en Cannes.
En efecto, los planos de cámara, en ocasiones arriesgadamente alejados, muestran de manera majestuosa este paisaje semidesértico. También el movimiento de la cámara, no puede pasar desapercibido, en especial en la escena clímax de la película, una escena en la que se observa al protagonista desde el aire momentos después de su fallido intento de suicidio, y en la escena final, donde la cámara busca de forma angustiosa a Ascensión, una mujer anciana que a lo largo de la película se convierte en el objeto del afecto del protagonista.
Por supuesto, no todo es tan fluido como la cámara en esta obra. La trama en sí, además de la crisis existencial del artista incluye las vicisitudes de la vida de Ascensión, como mujer en un pueblo tradicionalista y machista. A pesar de las criticas a la sociedad y la familia mexicana de la provincia, estas pasan a un segundo plano y simplemente sirven de soporte para desarrollar el personaje de Ascensión, quien de una u otra manera salva al artista, volviéndolo a la vida de una manera demasiado tántrica para la mayoría de los espectadores.
En definitiva, Japón es una película difícil de observar, pero que cumple con los objetivos del crack de ofrecer un contenido que en vez de ser fácil de vender, sirve para reflexionar y ser crítico. Una obra que además de estar abierta hacía la crítica se defiende de la misma por medio de un alto contenido artístico y una belleza visual única e inimitable.