“Las palabras no sirven para nada…”

Jueves 1 de octubre. Conforme avanzaba la tarde, la fila para entrar al Domo de la zona 13 iba creciendo con cientos de fanáticos de playeras negras. El resto bebía cerveza, oía música que salía de los altoparlantes de los vehículos parqueados en los alrededores. Los más desafortunados se arrastraban lentamente en el tránsito de la ciudad.

Las puertas se abrieron alrededor de las 6 de la tarde. La localidad, a pesar de ser más pequeña que la originalmente escogida para el concierto, favoreció la organización del evento. Cuando la multitud estuvo congregada dentro del domo, las luces se apagaron y sobre el escenario apareció la persona a quien todos estaban esperando: Enrique Bunbury.

Como se esperaba, el concierto arrancó con El club de los imposibles, seguido de La señorita hermafrodita. Temas clásicos de Bunbury, que toman nuevos aires en este tour, con el acompañamiento de una banda genial. Dos guitarristas: Álvaro Suite, suntuoso, y Jordi Mena, grande en todos los sentidos; Robert Castellanos en el bajo; Jorge Rebenaque en el piano y acordeón; y por supuesto, Ramón Gacías, mano derecha de Enrique, en la batería.

Un extranjero en su casa

La presentación del Hellville de Luxe empezó con Hay muy poca gente y Bujías para el dolor. Así como los asistentes no pararon de gritar y corear las canciones, “el Majo” no dejó de darlo todo sobre el escenario. A los pocos minutos de empezar el concierto, ya se le veía conmovido por la respuesta del público. Enrique contó que un periodista le preguntó por qué venía tanto a Guatemala; el público asistente fue quien respondió a gritos “Es tu casa”.

El setlist en sí, fue sorprendente. Con canciones de casi todos sus discos en solitario. En Guatemala les dio prioridad a clásicos de Pequeño, Flamingos y El viaje a ninguna parte, sobre sus nuevas canciones, y descartó aquellas de Bushido y El tiempo de las cerezas, álbumes menos populares en estas tierras. Tres canciones de Héroes, entre ellas La herida y Apuesta por el Rock’n’Roll, ambas con nuevos arreglos. El público recibió las canciones que merecía.

Resulta imposible describir con palabras el efecto de la música de Enrique Bunbury en el público guatemalteco. Quien no ha estado en uno de sus conciertos poco podrá comprender cómo suenan frases como “En Antigua quisiera morir” cuando son coreadas por miles de guatemaltecos en presencia de su ídolo. El nombre de este país en labios del artista era suficiente para causar euforia en los asistentes, como se vio cuando cantó “Voy con la firme intención de caldear Guatemala/y armar un buen escándalo” en una improvisada dedicación, durante El hombre delgado que no flaqueará jamás. Del nuevo disco incluyó en el repertorio además: Bujías para el dolor, Irremediablemente cotidiano, y Porque las cosas cambian.

Porque las cosas cambian

Hay muy poca gente
Hay muy poca gente

La definió como una canción de esperanza. Dedicada a aquellos que se quedan estancados en libros viejos, en álbumes viejos y en los viejos tiempos. Porque las cosas cambian inició el primero de sus encores. El concierto, que hasta el momento había sido muy variado en cuanto a épocas y álbumes tomó un rumbo aún más ecléctico con varias canciones menos conocidas de El viaje, y la que no podía faltar en el cierre, …y al final.

La velada debía finalizar. Pero eso no significó que tenía que terminar de prisa. Los encores abundaron y estuvieron cargados de emotividad. Canto (el mismo dolor), Viento a favor y La chispa adecuada, cerraron el recital. Al respetable –satisfecho y esperanzado– no le quedó más que gritar el nombre del aragonés y despedirlo, hasta la próxima.

Foto de portada: Mike Murga
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