Crónica incompleta – 9 de septiembre de 2007

Nunca he sido bueno para madrugar. En cambio, siempre he sido excelente para desvelarme. En la víspera de las Elecciones Generales, me pareció más prudente quedarme despierto hasta las 4 de la madrugada que intentar conciliar el sueño a la medianoche y arriesgarme a quedarme dormido hasta las 11 de la mañana. Tomé esta decisión no por el hecho de querer ir a emitir mi voto a primera hora, sino porque semanas antes me había comprometido a participar en el proceso como voluntario del Tribunal Supremo Electoral. La cita para ese día era a las 5 de la mañana en el Colegio Italiano y como ciudadano responsable quería estar puntual.

Permanecer despierto no fue tan difícil dado mi estado mental ante la inminencia del día de las votaciones y mi imperante indecisión. Hace algunos días había elegido mi voto para alcalde y diputaciones, pero seguía indeciso acerca de por que binomio presidencial votar. Alrededor de las tres de la madrugada, oyendo la enésima canción de Héroes del Silencio de la velada, me decidí finalmente por un candidato presidencial. Me recosté orgulloso de mi poder de discernimiento y más emocionado por el concierto de la banda zaragozana al cual asistiría la próxima semana que por haber determinado por quien votar en las próximas horas. Más tranquilo, se me fueron cerrando los ojos. Mi única inquietud era que, a causa del sueño, se me olvidara la importante y elaborada resolución a la que había llegado a lo largo de la noche y terminara votando por alguien más.

Cuando la alarma de mi celular sonó a las 4, me levanté y fui directo a la cocina. Sin hambre ni apetito me preparé una taza de café instantáneo, preguntándome si nos darían desayuno a los voluntarios. Luego de ducharme, busqué que ropa usar. Mientras revisaba mi closet, encontré la playera corinta que me habían dado cuando estuve de voluntario en las elecciones pasadas. En esa oportunidad no había hecho nada más que distribuir rollos de masking-tape en bolsas destinadas a las mesas electorales y programar los celulares de los miembros de la junta electoral. Este año no tenía idea de cuáles iban a ser mis funciones y sólo esperaba que valiera la pena estar despierto a esas horas de la madrugada. Observé el reloj: eran las cinco menos cuarto. Me puse una playera blanca que no era un «color representativo de alguno de los partidos políticos participantes en la contienda» y desperté a mi papá para que me llevara.

Hacía tiempo que no veía el cielo de la mañana. Lo estuve observando mientras esperaba con mis compañeros en el parqueo del colegio a que nos asignaran nuestra mesa. El azul del cielo me parecía más azul y los celajes más rosados comparados con los de los atardeceres. Además, como era de esperarse, estaban situados en el este y no en el oeste. Al hacer notar este dato meramente astronómico a mis amigos, me di cuenta lo mucho que madrugar afecta  a mis facultades mentales y decidí permanecer callado el resto de la mañana o por lo menos hasta conseguir despabilarme.

En ese parqueo nos acompañaban, además de los demás voluntarios, trabajadores del TSE y observadores internacionales, los fiscales de diferentes partidos políticos. Mi amiga me comentó que en el grupo del FRG se encontraba un conocido suyo, un patojo de unos 20 años que, además de ser fiscal, era candidato a diputado por listado nacional. Le volví a echar un vistazo al tipo, cuyo risible peinado me había llamado la atención momentos antes. Verlo organizarse junto con las demás personas de su partido me llevó a pensar los motivos por los cuales una persona de aproximadamente mi edad habría de autonombrarse eferregista.

Hueso aparte, me pareció perturbador como estos jóvenes se prestan a ese juego en el cual los únicos ganadores son los dinosaurios de esos partidos. Inmediatamente pensé en los candidatos a diputado del Frente por la Democracia, en su mayoría estudiantes universitarios y su ridícula campaña. También pensé en su titiritero, Alfonso Cabrera, tirándolos al tablero de juego electoral con la esperanza de que le consiguieran un escaño en el Congreso. Luego pensé en el candidato a alcalde de El Frente, usando su casco amarillo. Me reí por lo bajito, y ya más entretenido entré a las instalaciones del plantel con mis compañeros de mesa.

Al entrar nos entregaron a todos los voluntarios una playera negra del TSE. La leyenda en la espalda decía «Soy un héroe de la democracia». Obviamente, se me vino a la mente el concierto de Héroes del Silencio y empecé a tararear la última canción que había escuchado antes de salir de mi casa. También nos entregaron gafetes de identificación en el que se detallaban nuestros puestos y la mesa en la que estábamos. Finalmente se disiparía la incertidumbre respecto a mis funciones en este proceso electoral. Al menos, eso pensé hasta que leí que el gafete que me identificaba como «JORGE LUIS GARCÍA CARDONA BACHIER», decía que mi cargo era el de «SUPLENTE II». Ante tal ambigüedad, me resigné a hacer de todo un poco y enfoqué mis poderes de deducción a averiguar que significaba la palabra «BACHIER» al final de nuestros nombres.

Ya instalados procedimos a examinar las cajas que contenían todo lo necesario para administrar nuestra mesa.

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