Proyecto de educación integral de Juan Pablo Romero y compañía se consolida en uno de los municipios más pequeños de Guatemala.
Parque Central de Jocotenango. Un niño vestido con su uniforme escolar me pregunta la hora antes de ponerse a jugar futbol con sus compañeros. 11:55 de la mañana. Mientras los niños juegan la chamusca, las niñas platican en las bancas, y algunos dan la vuelta al parque en bicicleta o en patineta.
Precisamente ellos, los niños y niñas de Jocotenango, son el motivo de mi visita. Y es que en este municipio, desde hace algunos años, se desarrolla una iniciativa ambiciosa para brindar una mejor calidad de vida a la niñez y juventud de a través de la educación. La sede del proyecto no se encuentra lejos, por lo que decido caminar hacia ella. Al llegar, de inmediato oigo el bullicio de aquellos que le dan nombre y razón de ser a la institución: los Patojos.
La Asociación Los Patojos promueve la educación popular y la adecuada formación social en valores, la cultura de paz, el arte y el pensamiento crítico en cientos de niños, niñas y adolescentes que atiende. El proyecto que empezó hace casi nueve años, en la casa de su fundador Juan Pablo Romero, ahora cuenta con instalaciones adecuadas a los afanes de su labor.
La visita empezó en las afueras del recinto ubicado en la Colonia El Nance. La construcción es de estilo colonial para cumplir con regulaciones municipales. La casona es bastante más grande en comparación con las casas y comercios cercanas, algunas de las cuales están pintadas con el mismo color rojo de las paredes de la institución. Hoy en día se puede caminar tranquilo por las calles (aún sin adoquinar) que rodean esta “Sede del Patojismo”. Pero no siempre fue así.
Antes de que los Patojos se trasladaran a la colonia, el área era considerada una de las peores del municipio. El terreno antes baldío, colindante a Antigua Guatemala era escenario de violencia, alcoholismo y contaminación. La asociación se tomó la tarea –a falta de acción de las autoridades– de revitalizar el área. “Esto tendría que haber sido un trabajo municipal: iluminar, poner seguridad, rescatar el espacio, tener comisiones de limpieza, reciclar la basura y venderla para obtener ingresos…”, me comenta Romero al recibirme.
“No se puede trascender sin pensar en el contexto”, continúa, “La parte de afuera de Los Patojos es simbólica. Queremos que esta calle sea una calle peatonal”. Desde ya se empiezan a ver los cambios en el entorno. Ahora, con la afluencia de niños, jóvenes y voluntarios, hay ventas de diferente tipo en los alrededores. Los mismos patojos se encargan de la limpieza de un río de desagüe aledaño y el ornato de El Nance ha mejorado. “Poco a poco se está logrando un impacto que inspira un progreso muy honesto, muy de la calle”.
Juan Pablo Romero conoce su contexto. Desde joven ha sido testigo de los diferentes problemas que amenazan el bienestar de la juventud de Jocotenango: la introducción de las drogas, la desintegración familiar, las migraciones. Hoy en día se ha convertido una ciudad dormitorio donde la mayor parte de la población económicamente activa trabaja en la ciudad o en Antigua. La falta de oportunidades conduce a jóvenes en situación de vulnerabilidad a actos delictivos o a otras situaciones que perpetúan el problema.
Por esto y más el trabajo de Romero en la calle continúa. Así como desde hace más de una década, realiza campeonatos, festivales artísticos y otras actividades con los jóvenes. Pero ahora, con el apoyo de Just World International y Give Kids a Chance, su organización cuenta con una sede que alberga una escuela primaria y, por las tardes y noches, un centro cultural.